He cruzado el Puente Carlos IV, desde el distrito Praga 1 hasta el que se encuentra del otro lado del río Moldava, el llamado Praga 5. Este sector de la ciudad, que sigue siendo parte de la ciudad vieja, formando parte del casco histórico de toda esa capital, me resultó uno de los más atractivos. Entre sus edificios antiquísimos uno puede dejarse llevar por algunas calles pobladas de escaleras o adoquines para desembocar en jardines, plazas poco transitadas o bosques; sitios ideales para descansar, aprovechar el sol -cuando se decide a salir- y tomar muchas fotos.
Terminando el puente, se ingresa a Praga 5.
Esas bellas estructuras checas, que recuerdan el poderío del imperio Austro-Húngaro, liderado por los Habsburgos, hasta el desenlace de la primera guerra mundial.
Esa linda tarde de sol, un guía turístico español me mangueó un pucho, mientras le daba descanso a sus guiados madrileños para que saquen fotos. En el mientras tanto de la pausa de tabaco le hice algunas preguntas, y la conversación -la primera en castellano luego de muchos días de hablar en inglés- concluyó en lo que Miguel (el guía) denominó los milagros de Praga. Milagros de que cientos de sus estructuras sigan en pie, que no hayan sido destruidas luego de la desaparición del imperio Austro-Húngaro, ni por la ocupación nazi durante la segunda guerra mundial, como así tampoco por la adhesión de Checoslovaquia al bloque comunista. De este último caso me contó que muchas cruces de monumentos religiosos habían sido extraidas por el régimen de Stalin, pero luego de la caída del muro de Berlín, y la separación pacífica República Checa Eslovaquia, los checos volvieron a agregarles a sus monumentos cruces y simbolismos cristianos en bronce.
Ejemplo de lo que les contaba que me contaron: la cruz de bronce agregada casi un siglo después de la construcción de la escultura.
Callecitas.
Escaleras y rampas para llegar a la Plaza Real.
Y para ver la Ciudad Vieja desde arriba.
Plaza Real .
Palacio de Armas.
Músicos de Jazz.
Una tarde hermosa en la Altísima Plaza.
Y seguí subiendo, luego bajando y volviendo a subir.
Todo valió la pena cuando llegué al Palacio y a los Jardines de Czernin.
Clarísimo lo indicado en la placa, ahora sí, adentro...
Entonces, desde los senderos del Palacio les digo...
¡Hasta la próxima!